El
mago Mostaza estaba solo en su banco, un banco de plaza que él mismo
había pintado en las tardes menos frías y con más sol. Los chicos
y los viejos se habían reído al verlo concentrado, pincel en mano,
con todo su traje, con su capa y su galera, reconcentrado, a la vista
de todos, en un trabajo tan alejado de varitas y pañuelos. Es que el
mago Mostaza siempre vestía de mago. El decía que no podía ser de
otra forma, y si le insistían, él sólo sonreía solamente una
media sonrisa y repetía que no podía ser de otra forma.
Cuando
fueron a importunarlo, entre gritos y risas, que por qué no
convertía por arte de magia el banco en el color que él quisiera en
vez de pintarlo con pincel, el mago Mostaza hizo una pausa con su
pincel, cuidó que no goteara, lo sostuvo con elegancia y anunció: -
Esto es un pincel, esto es una plaza, este es un banco, esta es una
plaza y yo soy el mago Mostaza pintando con un pincel.-
No
volvieron a importunarlo y ahora estaba sentado solo en su banco en
la plaza viendo nacer los primeros pimpollos de la primavera. El sol
estaba radiante y sacaba destellos del fieltro brillante de su
galera, y de los encajes de su capa, y del charol de sus zapatos.
Todos
los chicos lo miraban de lejos y los viejos lo saludaban con respeto,
con un ademán, desde prudente distancia. De vez en cuando, algún
viejo, o un grupo de chicos, enviaban a algún pequeño, pequeñito
mocosito o mocosita y el mago Mostaza siempre hacía revuelo de
pañuelos, globos y pelotitas y le regalaba al diminuto enviado una
flor o un chocolatín. Luego volvía al hermetismo austero y quieto
en su banco.
Una
mañana la plaza se despertó escarchada, y la escarcha no aflojaba
ni con el avance del sol. Sin embargo, la plaza se fue llenando y lo
vieron cubierto de pajaritos que cantaban, ni uno solo manchaba su
traje impecable, todos cantaban cubriendo totalmente el cuerpo
arrebujado, con capa y galera del mago Mostaza. Primeramente nadie se
atrevió a acercarse y los pajaritos eran cada vez más y cubrían
también todo el banco donde yacía helado el cuerpo del mago
Mostaza. Los chiquitines que habían recibido chocolatines y flores
querían acercarse, pero los viejos y los chicos mayores los retenían
y hubo gritos y llantos, los pajaritos echaron a volar todos a la
vez, y en el asombro y el descuido, una gurrumina logró zafarse y
corrió hasta el cuerpo en el banco. Silencio total, los que se
abalanzaron para retirar a la niña quedaron quietos cuando ella
gritó contenta: ¡El mago Mostaza está sonriendo!
Pasado
el primer estupor, llegó la policía y una ambulancia. La policía
retiró un papel de la mano cerrada del mago, era una carta, con una
estampilla extraña:
“Querido mío, te esperé todo este tiempo,
te esperé en los lagos, en el fondo del mar, en todos mis
pensamientos, en todas nuestras horas, también dentro de todas las
cáscaras de nuez. Ahora es tarde, me muero, pero me llevo tu
corazón, que está tan solo, me llevo el brillo de tus ojos para que
nunca llegue a apagarse, me llevo tu voz, que me acariciaba todas las
noches. Querido mío, llegó el momento, estemos alegres, carpe
diem, quam minimum credula postero.”