sábado, 27 de junio de 2015

relato _ El caracolito Alfonso


Entre penachos de brotes tiernos va contento el caracolito Alfonso. Es muy chiquito, su caparazón es casi transparente, más frágil que los tiernos brotes, con atención, pueden verse su corazón y sus pulmones palpitando. Si se hace fuerte, puede vivir varios años entre penachos que agita el viento y hojas que caen sobre el suelo. También si llega a ser un caracol fuerte puede subir desde la lagunilla donde nació hasta lo alto del médano, que lo asombra y lo deslumbra; pero todavía es muy chiquito. La lluvia lo pone contento, aunque todavía no sabe por qué, tampoco sabe que no sabe por qué; pero la lluvia es lluvia y le hace bien y se mueve entre los brotes tiernos y las gotitas de lluvia lo encuentran a él.
El caracolito Alfonso ya tiene varios amigos, hay unas hojas que él no come y ellas le dan abrigo, está la lagunilla de la que emergió y en la que vuelve a entrar y salir, y le hace bien. También hay varios bichos bolita con los que comparte caminitos y agua. El caracolito Alfonso no sabe que se llama Alfonso, tampoco nadie lo llama así, tampoco lo llaman caracolito. Pero él es el caracolito Alfonso. Las noches de luna llena se pone más contento y come tranquilo y se baña muchas veces. A la luna tampoco le importa llamarse luna. Y ahí está, tan tranquila.



martes, 23 de junio de 2015

relato _ El Mago Mostaza



El mago Mostaza estaba solo en su banco, un banco de plaza que él mismo había pintado en las tardes menos frías y con más sol. Los chicos y los viejos se habían reído al verlo concentrado, pincel en mano, con todo su traje, con su capa y su galera, reconcentrado, a la vista de todos, en un trabajo tan alejado de varitas y pañuelos. Es que el mago Mostaza siempre vestía de mago. El decía que no podía ser de otra forma, y si le insistían, él sólo sonreía solamente una media sonrisa y repetía que no podía ser de otra forma.
Cuando fueron a importunarlo, entre gritos y risas, que por qué no convertía por arte de magia el banco en el color que él quisiera en vez de pintarlo con pincel, el mago Mostaza hizo una pausa con su pincel, cuidó que no goteara, lo sostuvo con elegancia y anunció: - Esto es un pincel, esto es una plaza, este es un banco, esta es una plaza y yo soy el mago Mostaza pintando con un pincel.-
No volvieron a importunarlo y ahora estaba sentado solo en su banco en la plaza viendo nacer los primeros pimpollos de la primavera. El sol estaba radiante y sacaba destellos del fieltro brillante de su galera, y de los encajes de su capa, y del charol de sus zapatos.
Todos los chicos lo miraban de lejos y los viejos lo saludaban con respeto, con un ademán, desde prudente distancia. De vez en cuando, algún viejo, o un grupo de chicos, enviaban a algún pequeño, pequeñito mocosito o mocosita y el mago Mostaza siempre hacía revuelo de pañuelos, globos y pelotitas y le regalaba al diminuto enviado una flor o un chocolatín. Luego volvía al hermetismo austero y quieto en su banco.
Una mañana la plaza se despertó escarchada, y la escarcha no aflojaba ni con el avance del sol. Sin embargo, la plaza se fue llenando y lo vieron cubierto de pajaritos que cantaban, ni uno solo manchaba su traje impecable, todos cantaban cubriendo totalmente el cuerpo arrebujado, con capa y galera del mago Mostaza. Primeramente nadie se atrevió a acercarse y los pajaritos eran cada vez más y cubrían también todo el banco donde yacía helado el cuerpo del mago Mostaza. Los chiquitines que habían recibido chocolatines y flores querían acercarse, pero los viejos y los chicos mayores los retenían y hubo gritos y llantos, los pajaritos echaron a volar todos a la vez, y en el asombro y el descuido, una gurrumina logró zafarse y corrió hasta el cuerpo en el banco. Silencio total, los que se abalanzaron para retirar a la niña quedaron quietos cuando ella gritó contenta: ¡El mago Mostaza está sonriendo!
Pasado el primer estupor, llegó la policía y una ambulancia. La policía retiró un papel de la mano cerrada del mago, era una carta, con una estampilla extraña:
“Querido mío, te esperé todo este tiempo, te esperé en los lagos, en el fondo del mar, en todos mis pensamientos, en todas nuestras horas, también dentro de todas las cáscaras de nuez. Ahora es tarde, me muero, pero me llevo tu corazón, que está tan solo, me llevo el brillo de tus ojos para que nunca llegue a apagarse, me llevo tu voz, que me acariciaba todas las noches. Querido mío, llegó el momento, estemos alegres, carpe diem, quam minimum credula postero.”