miércoles, 26 de diciembre de 2012

soneto: Algo anda nebuloso


Algo anda nebuloso



Algo anda nebuloso, tornasolando la mente,
algo que se presiente entre el andar dudoso;
cambia de forma, es un águila, un buitre, un pozo,
un destello que suspira de repente.

Golpea como el mar permanente,
en lamida de sal no hay en arena reposo,
la espuma se deshace en canto tembloroso,
la memoria cae al agua ciegamente.

Si levanto la vista y veo mi paisaje
respiro desiertos y junglas, velo tras velo,
y cada mañana me grita algún mensaje,

que uno está sólo bajo el cielo,
que el cielo es mudo, no viste traje,
y la soledad es origen sobre el suelo.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

relato: Veo sol desde mi ventana



Veo sol desde mi ventana, una enredadera, juegos, un aguilucho grita, ya son comunes aquí, pero con las nuevas construcciones no sé si se los verá más o menos. Veo, veo. Veo sol, una enredadera, ¿una enredadera podría vivir cien años? Un árbol, sí, fácilmente, viven en períodos que nos son ajenos, inmortales como un piano, viven más que los animales, un segundo para ellos es otro tiempo. ¿No existen las enredaderas centenarias? Árboles, seguro. Llevan otro ciclo, regulan nuestra vida, nuestro clima. Además son criaturas que al envejecer, increíblemente, se vuelven hermosas. Las plantas se adaptan. Hay vida, yuyales entre grietas o fisuras. Aprovechan los intersticios, la humedad, las superficies, se adaptan.







martes, 18 de diciembre de 2012

relato: La tangente



La tangente



Libélulas ascendentes. Peces verticales. Mariposas horizontales. Mosquitos oblicuos.
Viene una tangente, rasga, abre, provoca un sismo. Abismo por el que cae claro, cristalino, el líquido secreto. Se inundan los oídos, los ojos; adyacente, ¿qué se ve por ahí? Sí. No. Es un remolino, una curva que cae, no termina nunca.   
Hoy en la plaza ví bañarse a dos palomas, las demás chapoteaban. Luego, también a dos pajaritos chiquitos, negros de pico amarillo. ¿Todo esto bañado también, bañado por el líquido que no me abandona y se despliega, inunda todo?; estoy cansada, tengo que repasar las formas para poderlas ver bien.
Matar un albañil, una idea como cualquier otra; se suma a la masa viscosa, ¿y cómo hacerlo? ¿Y el cuerpo? Se pierden las precisiones en las riberas envolventes.
Y los ojos implacablemente al frente. Las orejas alineadas. Los párpados casi fijos. El paso apretado, los sentidos atentos, la mirada distante. Y qué calor, y qué frío. Que no me molesten, que no me vean casi. Ahí se nubla toda sustancia, frente a frente en el subte.
Ojos que repasan. Líneas. Una multitud de necesitados atraviesan como por un cristal las espaldas y los olores. Ojos, ojos, los ojos están desubicados en el subte. Y chilla, chilla el subte y abre y cierra y mugre. Entre la mugre, sobrevivientes, por ahora. Se los mira con mayor o menor asco al pasar. Ojos, manos. La marea de los sentidos lleva a la multitud hacia fuera. Y ahí, el aire, sí, aire fuera del subte. Aire aunque sea gris, es menos gris que abajo. Más frío, seguramente. El frío delimita rigurosamente los contornos. Henos ahí, en el frío. Y si hace calor, menos que en el subte, pero calor, entonces el calor acompaña susurrando, susurrando. Y la tangente, el mundo que me pasa como una red, traspasa. Verlo, respirar con él, para no asfixiarme. Hoy está parcialmente nublado.


lunes, 17 de diciembre de 2012

relato: La tormenta



La tormenta



Arena, cal, agua. La gota en la arena. La hoja en la rama.
Tu pelo resopla. Las nubes pasan. El viento llena mis manos, restriega mi cara.
Vuela la tierra su momento delirado, barro antes, barro después; y luego polvo.
Tenés que acercarte, amor, para darme calor, para pararme el viento, para abrazarme.
Tenés que besarme, amor, tengo miedo.
¿Me vas a empujar a la lluvia? Tendría mucho frío. No lo pregunto por vos, es una idea que me cruzó, cómo ahora veo ese sapito, y digo ¿cantará?; no lo pregunto, me cruza. ¿Cantará? Amor, dame la mano. Nos está empapando el repique de lluvia y viento. El sapo chapotea, salta a un charco más grande, al fin, canta. Sí. Suena fuerte, la lluvia chapotea en el pasto, el sapo canta, fuerte. Truenos, ya correntadas entre el barro, el sapito se pone a salvo. Cuánto viento. No veo tu cara, amor, no veo nada, el agua cae como telón, tengo que ampararme con las dos manos para respirar. ¿Dónde estás, amor?, no te veo, no veo nada. El sapo en algún lugar canta. Vos me abrazás entre el manto de lluvia, todo es agua, el dique va a ceder. Resguardémonos, amor, el sapo sabrá nadar, resguardémonos, ya cede. Sigo tu abrazo, pero no te veo, apenas respiro con una mano resguardándome. Vamos hacia lo alto, esquivando la correntada, nos llevaría. Un rayo nos dejaría sordos. Sólo se escucha el agua, la que cae de arriba sobre la que corre surcando tierra, arrastrando piedras.
Necesitamos las dos manos para hacer un hueco en la cortina de agua y respirar, vamos pegados por no poder abrazarnos. Los pies se hunden en la tierra barrosa. Avanzamos. Sobre el barro, contra piedras, entre el agua. Estás al lado mío, amor, cada tanto nos tropezamos. Chapoteamos sin caernos, sería fatal, chapoteamos con esmero. Arriba, arriba, arriba. Arriba, arriba, arriba, arriba. La cortina se va afinando, va lloviendo cada vez menos, ahora es suave sobre la piel. El aire se respira. Volvemos a recibir nuestras caras.


viernes, 7 de diciembre de 2012

relato: entre las pestañas


entre las pestañas



Ahora no lo ves, ahora sí lo ves. Está, sí, sí, está. Va por las respiraciones, por los latidos, está entre las pestañas, amaga un instante al abrir y cerrar los ojos. Amaga y después se desliza como una lágrima acariciando el pómulo, besa la comisura de la boca, se escurre por la nuca y en algún momento de la espalda puede entrar y verte respirar, latir; sale con el aire y se aleja hacia arriba, hacia arriba y te ve durmiendo en tu cama. Recorre las ventanas, persianas y rejas, da vueltas cerca del techo, sobre el que duerme en la cama.
Cuando el que duerme despierte huirá secreto al abismo extraño entre vigilia y sueño, y ahí, suavecito canta canciones en su propio sueño, que son brisas suaves, que son juegos.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

relato: Algo también ahí



Algo también ahí




Algo también ahí. En el borde del ojo. En el marco de la ventana. Algo que te confirma. Sí, un borde sinuoso que impregna tus visiones. Estoy en un caparazón de sueño. Todo es blando y lejano alrededor. Me abro un poco a la realidad, pero caigo en el velo, la caparazón del sueño. Pero ando, con este velo de sueños, aferrada a una cornisa de realidad, voy caminando por el centro. ¿Qué es? No importa, cruzo. Cuántas luces. Hace frío y hay viento. Tengo que llegar a un horario. Tiempo y forma. Y ese algo que está ahí, al costado del ojo. Por momentos derrama visiones en mis ojos, es muy difícil si estoy cruzando una avenida ancha. Algo ahí, en los ojos. Y quedan flotando. Y sólo yo las veo pero ellas me miran. Están ahí. No es fácil llegar hasta el teatro pero llego, con las visiones sobre mí, cubriéndome y rodeándome, pero sólo yo las veo, así que entré; para facilitar la cosa, supongo, todas se introdujeron de golpe por mis oídos. Fue impresionante, un concierto entre insoportable y aterrador, por suerte estaba sola en el pasillo. Las tenía ahora flotándome adentro, se me aparecían por los ojos, me susurraban en lo oídos, me hacían sentir su calor, o su frío, frío sobre todo, una llanura gris rojiza, terrosa, hay un ranchito para cubrirse del viento, del frío. Le abre la puerta una mujer joven, con los ojos enormes, un bebé a upa y tres más que la tironean de la ropa. Te vas corriendo, en el frío y la noche vas a sufrir esa diferencia. A buscar un huequito, una piedra, un arbusto, algún resguardo del viento. Encuentra una piedra y un arbusto que no son suficientes, con su mochila trata de mejorar el resguardo. Se abriga con todo. No debería dormir, piensa. A la mañana los chicos del rancho la encontraron muerta por el frío.
Pero estás acá en un pasillo del teatro, ahora volvés a ver a ver claro el pasillo, las puertas, una acomodadora te pregunta si estás perdida. Te hace bajar dos pisos y te deja en manos de otra acomodadora, que te abre a un palco alto. Ahí te deja. ¡Qué alto! Si te asomás a ver el borde es lujo en caída libre. Abajo hay una alfombra. Las alfombras nunca le fueron simpáticas. Las visiones salen de ella, por todos sus orificios, precisas. Por suerte estaba sola en el palco. Porque quedó doblada en el piso. Pero se abrió la puerta.
- ¿Está bien señorita?
- Sí, sólo me tropecé y tengo la rodilla frágil.
- ¿Necesita un médico?
- No, no. Muchas gracias.
- ¿Puede sentarse?
- Sí, un momentito, por favor.
Y logró sentarse y tratar de parecer normal.
- Listo.
- Señorita, cualquier cosa, yo estoy en el pasillo.
- Gracias. No hace falta. Gracias.
Quedó sola en el palco, con sus visiones curioseando todo y jugando a saltar entre los adornos. Ella trató de concentrarse en el comienzo de la representación, era una ópera. Está exhausta por el brusco ingreso por los oídos y el inesperado vuelco por sus orificios, quedó bruscamente llena y sorpresivamente vaciada y justo llegó la acomodadora. Algo se debe haber dado cuenta.
Vos allá, yo acá; ese es el filo.
Vos sos vos, no sos yo.
Yo soy yo, no soy vos.
El filo está en mí misma, entre mis propias visiones, algo separa, aunque a veces contiene. ¡Visiones! ¡Vengan a mí! ¡Yo soy esto! ¡Quiero un abrazo imposible, inconcebible! ¡Rodéenme visiones! Aunque me penetren estaré separada de ustedes, ¡es inevitable!
Separada por un resquicio, separada de mí, en el filo de este balcón, me dejo colgar hacia fuera, gran griterío, es por mí, todas mis visiones me penetran y me pasan por los ojos, no puedo ver, escucho:
- ¡Señorita, agárrese!
- ¡Señorita! ¡Por favor!
No veo nada. Los primeros gritos del teatro se convierten en un parloteo agitado, cada tanto sale de ahí un “¡Señorita, no, por favor!”. Yo no veo porque mis visiones están todas juntas, densas, en mis ojos, me hacen pesar los ojos. Sigo agarrada a la baranda. El suelo abajo haría bastante ruido con la caída de mi cuerpo, ahí va. Estallan los aplausos, estoy en mi palco, sola en el piso, con mis visiones otra vez desparramadas. Me quedo quieta en el piso y las dejo que me entren una a una. Ahora sí, completa, despacio trato de pararme, buena compostura, abren la puerta, es la acomodadora.
- Estoy saliendo, buenas noches.
En la calle hay viento. Voy a la costanera, el viento me golpea con mi pelo. Frío. Frío. Voy a un bar, pido un café y voy al baño. Tengo un 38. Estuve practicando. Mis visiones no se reflejan en el espejo del baño. Tienen miedo. Ahora me están dando lástima pero yo también estoy llorando esta vez, un ¡blum!, ¡blum!, ¡blum!, ¡blum!
- Está ocupado.
- Señorita, ¿falta mucho?
- Ya voy.
Se me desvaneció el 38. Y salgo presto del cubil. Mis visiones pegadas a la nuca. Abro la puerta de calle y otra vez el frío. El frío me contrae y las visiones se me meten por la espalda, me bailan adelante de los ojos. Un colectivo, las luces, me va a pegar, todo se aclara, caigo al piso, ni me tocó, la gente me rodea pero no puedo levantarme, todo está claro. Semáforo, carteles, luces del colectivo, los brillos de las cosas. La gente que me rodea me habla, no les entiendo, yo estoy bien, clara, ¿dónde están mis visiones? Todo es claro ahora, el color de la remera de un hombre que me toma la mano, se junta gente. Estoy bien. Por el cielo pasan nubes. El colectivero llora. Voy a moverme. Muy lento. Las caras pasan lentamente sobre mí. Algunos me agarran para sostenerme o para que no me mueva, pero yo avanzo hacia el colectivero. En silencio, todo lento, todo claro, llego y me mira espantado. Me abraza. Es raro, floto, es él, que me lleva; hay un árbol y un pozo, es horrible, también hay una pala. El pozo es estrecho. Me lleva flotando. Un policía está sobre mi rostro, me mira y llama, habla, me levanto – Estoy bien. -, y me voy casi corriendo. Nadie me sigue. Me subo a un taxi y doblo lejos de ellos, - Doble, doble acá por favor. Lléveme diez cuadras. – Le dejé lo que tenía y salí corriendo. Estoy acá, en esta plaza, bajo este árbol; nadie me ve. Todo es claro. Todo es claro.
Pasa un auto. Pasa otro auto. Un hombre solo. Dos mujeres. No me ven. Yo los veo. Me envuelven mis imágenes, pero nadie las ve.
Hace frío, no debería dormir, es peligroso. Lo sé yo y lo saben los que mueren de frío en las calles. En este árbol nadie me ve, me acomoda, una postura cómoda y estética. Así. No debería dormirme. Los aplausos me levantan, el palco del teatro toma forma y tratan de ordenarse los recuerdos en mi cabeza. El balcón del palco, tan empinado, simplemente fue doblarme sobre él, casi cómodamente y sobre el grito de la sala, de algunos, luego deben haber sido más, caer, debe haber sido un sonido grave. Toda la sala debe haber enmudecido y gritado, pero ahora voy bajando, me voy a encontrar con el piso de madera, pero no voy a saber nada más, la intriga, el vértigo. Un golpe resonante, supongo.


martes, 4 de diciembre de 2012

relato: cabeza, tierra, agua



cabeza, tierra, agua




Una cabeza tirada entre el polvo. Un recorte tosco de cartón, la palabra “traidor”.
Varias piedras alrededor de la cabeza. Polvo.
Escarabajos entre el polvo revuelven piedritas. La cabeza es nueva, recién llegada para ellos, aunque rodó, golpeó y se llenó de tierra. Una gran pelota como las suyas chiquitas.
¿Qué necesita esta cabeza, escupida, arañada, esta cabeza entre el polvo?
Que las hormigas se enteren pronto, los perros, una lluvia.
El cartel tirado, “traidor”, se lo lleva el viento. La cabeza no se mueve, sólo sus pelos se sacuden al viento. ¿Qué sería necesario? Unos chicos que jueguen a enterrarla. Pero está prohibidísimo. Azotes para todos y peligro de plomo y machete.
La cabeza sola en el cruce de las calles de tierra, en su propio barrio. Y que nadie la toque. El polvo la va cubriendo y los perros se van acercando y quién los espantaría, si quedarían expuestos. Mejor que los perros terminen pronto con el asunto. Los perros se pelean por la cabeza que ha vuelto a arremolinado movimiento. La enganchan de un ojo y de la boca. Se va rompiendo, de lo reseco pasamos a lo húmedo y a lo viscoso.
La cabeza ya no es más una pelota que pudo patearse. Cuando los perros terminan las hormigas y las moscas se ocupan de lo poquito que queda.
Perros hermosos con pedazos de cara en la boca, y habría que volver a besarlos, a darles de comer, tal vez una caricia.
Entre las fauces de los cuzcos, los grandes y los chicos, las partes deformadas del que había sido líder.
En poco tiempo no quedó nada masticable que fuera húmedo. Ahora trabajo para hormigas y escarabajitos. Trabajo para el viento. Que una cabeza pueda durar tan poco. Claro, tanta siesta, las personas silenciosas, los perros, el hambre.
En algo así como media hora sólo quedaban restos no reconocibles, cachos, una carnicería.
¿Y el cuerpo?
Lo tiraron al riacho, se alejó flotando y con unos palos hacían que no se encaje, se arremolinaba hasta que se fue solo río abajo. Si no lo encuentran otros perros, pasto de peces, de bichos. Diez balazos llevaba el cuerpo, muchos orificios, el agua es gentil.
¿Los chicos corretearían para ver al decapitado? Todos quietos, como en el cruce donde había quedado la cabeza. Nadie se mueve. El pueblo es chico.
De la cabeza no quedaron casi rastros y nadie los toca, nadie se acerca.
El cuerpo es más grande. El cuerpo quedó a unos kilómetros enganchado en la costa. El proceso fue más lento, pero le dieron ímpetu las aves, los reptiles, los peces, y los muchos, muchísimos, muchísimos, bichitos.
Las ropas quedaron a medio flotar entre osamenta y juncos.
En la calle, el cartel que decía “traidor”, con tierra y terrones de alguna lluvia, sigue ahí, ni moverlo.
Andan nubes pesadas de agua y de calor. Todavía no descargaron pero van a inundar si largan con todo. Inundación. Los perros y patos nadando, las gallinas por los techos, los que las subieron. El cartel de “traidor” se fue pronto, con el principio de la correntada, después todo fue rápido, salvarse y salvar algo. Unas gallinas, unos perros, algún gato, la tele, una radio, voces que piden traé, vení, ayudame. Hubo una nenita, gritaba y gritaba y no se sabía dónde estaba, se ve poco, es el crepúsculo, y la corriente es fuerte. Y dejó de gritar. Fue un silencio asqueroso, con todo el ruido de la crecida y las personas y animales que llegaron a los techos.
De los restos del cuerpo se separaron los restos de la ropa, todo una baba entrelazada por cartílagos, al fin dispersos por la gran crecida.
Pasó llevado por el agua el cartel “traidor”, borroneado por el agua. Pasó ahogado el alcalde. Animalitos ahogados. Y después de las lluvias el calor de nuevo. El agua que no baja y el sol. Todo se pudre, los nuevos muertos.