domingo, 25 de noviembre de 2012

relato: Nadar el agua



Nadar el agua



Nada el pez, nada la rata, nada el gato, nada el perro, nada el hombre. Un oso nada, un buey. Las aguas besaron y ahogaron tantos hombres, tantos osos, tantos bueyes, que aprendieron a jugar aún en espanto en esa masa huidiza que arrasa.
Palpita el agua en las células, escurre secretos en ojos, oídos, lenguas y ventanas. Sabe meterse, sabe evaporarse, nube y musgo por donde el grito alza.
Una llovizna, unos gotones, bruma, una charca. Sapos, grillos, ranas. Sonidos del agua.


relato: Pez escarola y persiana



Pez escarola y persiana



El pez escarola inspecciona tu persiana, si está entera o rota, si se abre a la mañana. ¿Están tus ojos limpios? ¿Tienen telarañas? Y los oídos, ¿oyen o sólo tienen un mar a distancia? A ver, los ojos, cerrados soñando, muy bien, es su tiempo. Recorre el pez escarola la habitación, las paredes, la superficie del ropero, entra por las rendijas, va por ropa, perchas y cajones, sombreros. Repasa las patas de la cama y flota en el suspiro del que duerme, le acaricia los ojos con su lomo de plata, circunvala sus oídos, por fuera, con cuidado de lana.
En una ráfaga se va, desde la ventana toma distancia, brilla al alba un instante, se zambulle en la nada. El pez escarola puede emerger de la nada, o de una toalla, o de una canción. Por la tarde se disimula en el destello de una cuchara, en la claridad de un macetón, en el reflejo de una hoja, en la luz entre las sombras de un arbusto, en la arboleda.
Duerme también el pez escarola, y sueña, sueña con los reflejos de las persianas, con arbustos aromáticos, con gente durmiendo en camas. Sueña recorridos, surcos, vueltas, un corredor y una bicicleta, un árbol en la mañana abierta. Sueña el pez escarola con los que durmieron y ahora andan, andan de pie, en dos patas, si están atentos o no es algo que se le escapa; el pez escarola ve su auténtica fase, cuando acaricia sus sueños ve desde su distancia los fantasmas que acompañan a la gente luego cuando anda.
El pez escarola tiene sus propios fantasmas, de lana, de seda, de red y de agua. Pero los coletea y les charla, y así va amigo de sus fantasmas, porque juega bien con ellos, son fantasmas suyos, son suyos, son él, fantasmas de su no ombligo, de sus escamas. Vuela con ellos, consigo mismo desplegado en gotas que resbalan transparentes y se vuelven a juntar. Está contento el pez escarola, nadando entre durmientes, jugando con fantasmas.



relato: escarabajo y lluvia



Escarabajo y lluvia



El escarabajo siente el polvo. Hace bolitas de tierra. Siente que la lluvia está lejos. Ni lo piensa, hace bolitas de tierra, paciente, aplicado. El viento lo cubre de polvo, el calor se refleja en su caparazón, no lo hace tornasolado sino que brillaría intenso si no estuviera tan empolvado. Hace bolitas. Bolitas de tierra. Y las lleva. Hace la bolita y la lleva. Muchas. Ya pasó la mañana y va la tarde así. Las nubes todavía están lejos pero ya las siente, presión, humedad, ya sabe del agua que viene. Termina su última bolita de tierra, que sea bien grande, y la lleva bamboleante, por última vez. Está subiendo a un árbol cuando caen las primeras gotas. Son gotones, uno le pega de lleno y lo tira, cae entre las raíces del árbol, panza arriba. Empieza a llover más, se esfuerza patas arriba y trata, trata, ahí va, va, casi, no, ahí sí, ahí casi se endereza y listo, otra vez con las patas útiles, sobre las raíces del árbol. Va pasando el agua, va corriendo, esquiva la correntada. Se va subiendo al árbol, muerde y agarra con las patas y sube, agarrándose contra el agua que baja por el tronco. Un trueno, llueve más fuerte, llega el escarabajo a un hueco en el tronco. Fuerza, agarrarse al borde y que la panza pivotee, ya las patitas de atrás están en el aire. Pivotea sobre la panza, se agarra también con las mandíbulas, ahí va, listo, adentro, rueda y queda con las patitas para abajo, útiles esta vez. En ese refugio hay otros bichos. Todos exploran y se alejan de los vecinos. Un aleteo, un pájaro entra al hueco y come, come, come. El escarabajo está oculto pero el pájaro inspecciona. Un trueno. Llueve más fuerte y el pájaro se pelea con otro que también busca refugio. El escarabajo sale por un agujero a una rama. Se agarra fuerte porque le llueve encima, vuelve a entrar al conducto del agujero, ahí no llegan los picos. Al fin están los tres, los dos pájaros se acomodaron y el escarabajo en su reducto. Llueve. Llueve. Va subiendo el agua pero el árbol es grande, está lleno de bichos y pájaros que se refugiaron. Van pasando, flotando, ramas, ramas grandes, pequeños arbolitos, un techo, animales, nadando o ahogados; el agua sube con basura, arrastrando chatarras, pasando al vuelo maderas, una casa de madera viene deshaciéndose, gritos. El árbol es grande, pero el agua sube, sube, pero el árbol tiene raíces amplias, y es flexible aunque es enorme. Resiste. Varios animales lograron salvarse del agua en el árbol, un gato, una comadreja. Pasan maderas, ahogados, camalotes, camalotes con algún animal, animales, susto en los ojos. El árbol se dobla y resiste, la corriente es fuerte y es alta, pero él es alto y flexible. Pasa el agua, rápida, rápida; y después no tanto, un plano espumoso que se mueve lentamente. Después un gran lago. Nadan peces alrededor del árbol.
Pasa un bote, un grito sale del árbol y revolotean pájaros y maúlla el gato y gruñe la comadreja. El grito es de un hombre, como el gato y la comadreja, logró subirse al árbol de entre la corriente. El hombre invita al gato y a la comadreja a subirse al bote, la comadreja gruñe, el gato sube y la comadreja sube detrás. El bote se aleja con el hombre abrigado, la comadreja detrás de unas sogas, el gato contra el suelo, curioseando alrededor. Esta vez los gritos de los hombres no fueron muerte.
Para el escarabajo quedó el árbol, y para los pájaros él y los demás insectos. Pero en su refugio cayeron muchas hojitas, por ahora es disputarlas con otros bichos. Es un acolchado de hojas para todos los bichos.



sábado, 24 de noviembre de 2012

relato: casa, sombra y fuego




Casa, sombra y fuego



Llegó hasta la casa y tuvo miedo. Era un día soleado, corría un viento fresco que le revoleaba el pelo y tenía miedo.
La casa ya no estaba habitada por personas. Había en el jardín unos gatos, unas gallinas, y frente al portón, unos perros que dormían al sol. Agarró un palo y unas piedras, por los perros, pero no hizo falta, la miraban incrédulos y sorprendidos, pero no les importaba su presencia. Distraída en esto, abrió la reja principal, como si nada, acceso franco. El miedo ahora se le subió a la garganta, esperaba alguna resistencia, alguna señal. ¿Cómo la recibiría el polvo de la casa, la sombra de la casa? Los pastos estaban altos y las flores lindas la ponían triste en el camino de llegar hasta la puerta misma del caserón.
Tres escalones herrumbrosos y entrar en el frescor de la galería. No. Todavía. Le dio una vuelta a la casa. Todas las ventanas cerradas, claro, menos la del altillo, que se le había caído un postigo, lo tenía a sus pies como parte desprendida del cuerpo. No tocarla. Volvió a los escalones. Pisarlos. Los pisó. Bajó los pies al suelo, a la tierra, rápidamente, se alejó unos pasos por la tierra y acariciaba los yuyos altos, con sus flores bonitas. Fuera, fuera de esa casa, al sol. Fue hacia la reja para salir. La vió cerrada y cayó de espaldas sobre el barro, caliente por el sol. Se despertó en el crepúsculo. La puerta estaba cerrada pero no trabada, salió, el viento la habrá empujado, nadie pasó, nadie pasa, porque la tendrían que haber visto a ella tendida entre los pastos. Fue al pueblo. Ninguno le supo decir dónde paraban los micros. Todos tenían los ojos nublados, o muy claros, punzantes, que parecen que no te ven, sólo traspasan; también ojos oscuros para perderse. Ya se estaba saturando de tantos ojos hacia ella que buscó un bar, pidió un café y no levantó la mirada del café. Revolvía con la cucharita.
- Usted, señorita, estuvo en lo de los Alonso, yo la ví, en el pasto.
Tuvo que sacar la mirada del café. El que le hablaba era un hombre fuerte, rugoso, y en el resto del bar se había hecho el silencio.
- Usted y la casa se rechazan, señorita – continuó tras un silencio el hombre – Nosotros ya vimos a otros enloquecer ahí. – murmullos de los parroquianos del bar -  Señorita, todavía puede retirarse.
- Es mi casa.
- Ya lo sé. Yo la conozco, soy el jardinero Diego, ¿se acuerda de mí?
- Diego… sí.
- Hola, soy Diego, señorita.
- Hola, disculpe.
- La dejé en el suelo, entre los yuyos, porque es su casa y su problema ahí es suyo. Pero ahora que está viva, váyase.
- Sí. Usted, Diego, vió a mis tías… lo que dicen que pasó.
- Yo encontré los cuerpos, nada más.
- ¿Cuándo pasa el próximo micro?
- En veinte minutos.
- Gracias, Diego.
- De nada. Que esté bien, y no vuelva.
Cuando se iba en el micro, ya lejos, pudo ver en una vuelta del camino cómo los vecinos bailaban alrededor de la casa, que habían prendido fuego.


jueves, 22 de noviembre de 2012

relato: paseo

  

  Paseo



- ¿Me abrazabas?
- No sé.
- Es un río muy largo, pasa tanta agua. ¿Lo pensaste? Tanta agua. Se va, se va. Abrazame.
- Te estoy abrazando.
- No sé. ¡Ay! Tanta agua. Corre. Lleva, empuja, si me empujaras me caería. Al agua fría, a las algas que me enredan, a las piedras, tal vez lo primero un golpe seco, en una piedra, con el primer frío, y las algas después, llevándose el cuerpo flojo. Tanto, tanto frío, amor, qué bueno que me abraces.
- Está muy oscuro el río.
- Sí, hay faroles apagados y las nubes tapan la luna.
- Temblás.
- Frío.
- Si te alzara y te pusiera en la baranda, el viento lo definiría todo.
- No es cierto, pero alzame. ¿Ves, amor?, vos, el viento y yo, ¿quién definiría?
- Quien vos quieras.
- Me alzaste a la baranda y el viento me golpea fuerte.
- ¿Querés que te pegue, amor?
- No. Alejate, quiero ver tu rostro borroso. Ahí. No te alejes mucho, me da miedo. Tu rostro borroso me da miedo también, pero ahí estás. Acercate ahora, por favor. Vení cerca, dame tu mano. Gracias.
- Te voy a abrazar, despacio, no te asustes.
- Sí, amor, aunque podrías tirarme al río.
- Sí, amor, podría. ¿Tenés mucho frío?
- Sí, pero así está bien, me abrazás.
- El río es tan oscuro, amor.
- Oscuro y la corriente es fuerte, y hay muchas piedras.
- Muchas algas.
- Muchas algas ahí abajo. ¿Me empujarías?
- Te haría deslizar. Otro sueño a la noche.
- Tengo miedo, amor.
- De mí.
- De la noche. Me cubre fría sobre tu abrazo y tengo miedo de que me empuje. Yo te soltaría entonces, para no arrastrarte conmigo, tan triste. Después el vértigo y lo que haga el golpe, muchas piedras, frío al entrar. Luego tal vez nada. Yo te soltaría si la noche me empujara, amor, verte en distancia, verme ir, tan triste.
- ¿Para qué vinimos a esta hora al río?
- A vos te gusta y a mí me espanta.
- ¿Sufrís?
- No. Me conmociona la fuerza de la noche sobre el frío y el agua. Las piedras, ¿aplastaría algún pez o pueden correrse a tiempo?
- Creo que son muy rápidos, no los aplastarías.
- Besame, por favor, todo nos espía. Gracias. Me balanceo en la baranda, amor.
- Basta, no hagas eso.
- Pero vos me subiste.
- Y yo te abracé. No te balancees bajo la luna que espía.
- Me quedo quieta, sólo miro el agua, aquello negro.
- El agua no la ves, aquí abajo no hay reflejos. La escuchás, la olés y sentís su humedad.
- La humedad se nos mete, amor, ¡ay, qué frío!, se nos mete por el cuello, por las muñecas, por los tobillos.
- La humedad es la vida, te doy un beso caliente.
- Gracias, amor. Sentí tu pulso. Sacame de acá, bajame de esta baranda, alzame y llevame al bosque.
- Te bajo, ahora caminá, te abrazo.
- Tenemos cuchillos.
- Vos el tuyo, yo el mío.
- Tiro mi cuchillo al río, amor, ahí va. Ahora sólo vos tenés cuchillo. Vamos al bosque. ¡Qué ruido al caer al agua!
- Ahogaste tu cuchillo.
- Vamos al bosque, amor. Por favor, tengo frío.
- En el bosque te voy a abrigar, entre ramas y un árbol.
- La tierra me va a llamar, como me llama el río, pero voy a abrazarme a vos fuerte, voy a agarrarme a las raíces de los árboles, voy a pensar fuerte tu nombre.
- Te voy a abrazar hasta que te desmayes.
- Sí, amor.
- Y voy a mirarte entre arbustos rondando.
- Y voy a estar contra un árbol, y me vas a cubrir con tu mirada, bajo los árboles, bajo la mirada de la noche.
- Sí, recostate, yo también. Te voy a abrazar.
- Siento tu cuchillo.
- Lo vamos a acomodar.
- ¿Qué nos sobrevuela?
- Los insectos de la noche.
- Es un ruido intenso.
- Es tu corazón.
- No, mi corazón me golpea, pero queda callado.
- Son tus pensamientos.
- Tienen rotas las alas.
- Puedo coserlas.
- Sí, amor, con tu cuchillo. ¿Me lastimarías?
- Haría lo que quieras.
- ¿Y qué querés vos?
- La noche, los insectos y tus alas.
- Están rotas.
- A mí me sirven. Te las arranco o te las coso.
- Va a doler.
- Cualquiera de las dos cosas.
- Esperá. Yo puedo pegarlas.
- No podés.
- Sí, haceme dormir contra las hierbas, contra este tronco. Antes del amanecer voy a estar lista.
- No creo.
- Haceme dormir contra el árbol, amor. Sólo unas horas de suspenso.
- Te abrazaba. Dormías.
- Ya estoy bien.
- Devolveme mi cuchillo.
- ¿Tu cuchillo?
- Lo tragaste con una libélula y una mariposa.
- Me siento muy bien.
- Entonces voy a hacerme una lanza.
- ¿Una lanza?
- Sí, fuerte y ligera.
- Hacela pronto, amor, va a ser hermosa.
- Sí, y va a ser fuerte.
- Es hermosa, fuerte y ligera, amor, y filosa.
- Sí.
- Puedo levantarme del suelo, entre las hierbas. Estoy de pie, junto al árbol. Me clavaste en el árbol con tu lanza, amor. Qué fuego, qué frío. ¡No te vayas! Oscurece. No veo nada.
- Estoy acá, amor. Te sostengo. No te hice ningún daño.
- Confundí tu lanza con un perro, y me atravesaba, amor, me dolía y era muy triste, amor, muy triste, me habías clavado en el árbol y te ibas.
- Mi lanza es fuerte, amor, es ágil y filosa y nos protege.
- Un bosque así me da miedo, pero estamos bien, estamos seguros. ¿Escuchaste?, ¿ese pájaro en la noche?
- Es un pájaro que canta en la noche.
- Sí. Es profundo, es desolado.
- Está llamando, y se está mostrando. Marca su lugar. Llama.
- Está solo.
- Por eso llama. Si no tiene éxito cambiará de lugar.
- ¿Qué hacemos en este bosque?
- Esperamos que despunte el día.
- No va a faltar mucho, otros pájaros ya están cantando. ¿Qué fue del pájaro de la noche?
- Se fue a su nido, y tal vez mude a otro.
- Podrías atravesarme con tu lanza, amor, contra el árbol, una visión horrible, podrías, pero no lo hagas, amor, es muy triste, muy triste. Abrazame, por favor.
- Ya va clareando, despacito, todavía escucho al pájaro de la noche. Pero este momento, de inicio crepuscular, puede ser eterno. Te mato con mi lanza.
- No, amor, estás lejos. Es muy triste.
- Es muy triste, sí, quería saber qué querías.
- Me hiciste trampa.
- Sí.
- Ya es el crepúsculo. Es muy lindo. Abrazame.
- Salgamos al sol.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

relato breve: La hora del lobo


La hora del lobo. ¿Qué hay dentro de tus ojos? ¿Qué te silba en los oídos? Una mano te acaricia el pelo, otra te busca el ombligo. ¿Es eso una canción? ¿Una canción entre los oídos? Suena dentro, no viene de fuera, como el viento se habrá metido. 




relato breve: en el ojo el pez; en el monte la niña.



En el ojo, el pez; en el monte la niña.
Un bastoncito hace tic-toc en el pecho y la cabeza gira.
Los aguiluchos sobrevuelan, no tienen ni culpa ni cargo, carroñean.
¿Y aquella figura? Mira para un costado. ¿Y ahora? Mira para el otro. Ah.
En el ojo, el pez; en la garganta la ninfa.
Una cascada en la cara no te deja respirar. Un velo confunde.
¿Y aquel punto que se mueve? No lo mires, no es. Ah.