viernes, 31 de julio de 2015

relato _ ¿Congrio? ¿Medusa? ¿Caracola?


¿Congrio? ¿Medusa? ¿Caracola? ¿Preparada para morir? ¿Lechuza vizcachera? ¿Ostrero? ¿Cormorán? Siempre, pero todavía no. ¿Tucu tucu? ¿Vizcacha overa? ¿Zorro gris? Preparada. Pero no quiero todavía. Todavía no quiero. Crepúsculo matutino, crepúsculo vespertino, bruma, cielo despejado, viento. No todavía. Todavía no. ¿Acacia? ¿Cortadera? ¿Uña de gato? Tengo sonrisas, lágrimas, impresiones en la retina y un largo etcétera que abrazo fuerte. Un poco más, más todavía. Quiero mucho más. Tiempo. Tiempo, distancia, velocidad, espacio. Más. Más. Y yo en el borde, en el medio, de pie o despatarrada, aovillada o corriendo, ¿arena, humus, ceniza?, ¿fuego, telarañas, hojarasca? Quiero sol y quiero sombra, y cuando el final me alcance, cuando yo alcance el final, quiero el centro y quiero el borde y quiero brisa, calor, y quiero nubes y quiero mar.



 


viernes, 24 de julio de 2015

relato _ bruma y crepúsculo


Cuando se acerca el crepúsculo una bruma nítida, a ras del suelo, se desprende desde el mar y avanza lamiéndolo todo, humedeciendo y helando suelo, tallos, troncos, ramas, plumas, pelos, piel; se va elevando, lo envuelve todo como cortina o manto, lamiendo con su sal. No abandona nada todo lo toca. Para sustraerse de la bruma habría que envolverse en otra cosa, capullo, coraza, casa, caparazón, pasar de un encierro a otro, por eso la bruma se ríe, y avanza. La recibe mi piel, mis pulmones se enfrían, tragan humedad, el pelo se humedece, siento frío pero el aire es limpio, mi cuerpo está limpio, esto es puro, estoy bien. Corro para entrar en calor, corro dentro de la bruma, mi aliento es húmedo también, pero cálido, se confunde, se arremolina en la nube salina. Sin embargo mi garganta se seca y mis ojos lloran, si paro de correr la transpiración no me va a abrigar más y va a ser un baño frío. Entonces sigo corriendo en la bruma. Llego hasta el bosque, con la tierra arenosa y las hojas caídas, me abrigo, y debajo de unos matorrales, me duermo.
Puedo escuchar el mar desde acá, no me levanto y no me despierto, y escucho el mar y las ramas altas y troncos que crujen. Sigue haciendo frío, pero duermo, no me despierto, estoy bien así. El mar, los crujidos del bosque, la tierra arenosa, las hojas secas, debajo de los arbustos del matorral. La bruma está alrededor y dentro mío, la respiro, entra y se va de mí, y está, todo el tiempo, húmeda y limpia. Si no me despierto tal vez me congele, pero quiero este momento tranquilo, y tampoco siento frío ya, probablemente alcance con el abrigo de la tierra arenosa, las hojas y el matorral, probablemente, sí. En mi sueño hay colores extraños, aromas conocidos y paisajes mezclados. Creo que la bruma ya está aflojando y el frío también; pero todavía no me despierto, no abro los ojos. Estoy bien así. Oigo los pájaros, el bosque se mueve. No abro los ojos, escucho, huelo. Estoy bien así. Se siente más calentito ahora, a través de mis ojos cerrados entra luz, veo rojo. Voy a abrir un poco los ojos, sólo un poquito, estoy tan bien así.
No, lo que veo no tiene nombre. No más bruma, no más bosque, sin distancia, ni forma, ni nombre. Gris alrededor, plano, ni sombras, ni figuras, ni bordes, sin dirección. Mi cuerpo sigue acostado, no me levanto, pero no encuentro un piso, sólo un continuo gris, sólo mi cuerpo me indica arriba o abajo, y no me muevo, me aferro a esta noción que todavía queda, soy mi única referencia, pero escucho a los pájaros cantar y siento el viento. Un resplandor frío, sin forma, me hace cerrar los ojos y estoy bajo el agua, trago agua, abro los ojos y apenas veo algo de las burbujas de mi aire, está muy oscuro. Sigo las burbujas que apenas distingo, voy hacia la superficie, no sé cuán profundo estoy, ya no tengo más aire, pero sigo subiendo, voy a llegar, y rompo la superficie emergiendo con los pulmones abiertos a todo el aire posible. Y es la noche, y son las hojas y los arbustos, y la tierra arenosa, y todo me protege del viento frío y de la bruma; ya empieza a clarear. Cuando el sol esté alto voy a volver a correr, a correr derecho, a subir y a bajar, voy a correr dentro del paisaje y con todo el paisaje a cuestas, hasta que mi cuerpo feliz caiga en la arena y ya no distinga nada y el sol me seque y le interese a las gaviotas y chimangos y el mar me lleve consigo a una vuelta por la sal.


domingo, 5 de julio de 2015

relato _ Pretty y la noche


Pretty, la asistente del mágico Olfatino se saca las medias brillantes, ya tarde en el frío, con cansancio y apatía. Todo el día se arrastró gris hasta el momento del espectáculo. Pretty veía al público, bastante numeroso esta vez, pero veía una masa informe, afiladamente desganada y casi hostil, o peor, indiferente. Sin embargo parecían divertirse pero como si sus cuerpos se alargaran desde sus casas en una rastra triste y cansada. Como fuere, ahora apenas los recuerda y su cabeza pesa en la noche avanzada, en la humedad y el frío que se filtran en su precario refugio ambulante. Tantas veces había rechazado al mago Olfatino (regente del circo y de sus pobres cuerpos y almas) que éste le había asignado el peor carromato, el más destartalado e insalubre. Pretty no se pregunta por qué sigue trabajando ahí, el temor de algo peor la acosa desde la neblina y la garúa penetrante.
Es ya muy tarde pero Pretty se niega a dormir, como si fuera a diluirse y morir tristemente esa misma noche si acepta el sueño. Pero no quiere más que estar aovillada en todas las mantas posibles y escuchar atentamente el viento y las canciones y puteadas de sus compañeros borrachos que juegan a las cartas y se calientan en un malsano fuego que propaga la tos. Y claro está que al rato Pretty se quedó dormida. ¿Qué escuchó Pretty en su sueño? Las toses pudieron transformarse y el crepitar del fuego hacerse un murmullo. ¿Qué veía Pretty en su sueño? No puedo revelarlo, a quien tiene tan poco, no puedo hurtarle en nada su tesoro. Pretty duerme, su respiración se hace lenta, casi fugaz, pero la acompaña; el frío hace que no se mueva, casi todo la engaña para que duerma dulcemente, aún con el corazón contraído, aún enrollada de frío, aún con las lágrimas escarchadas. No sé cuántos amaneceres todavía podrá ver la tierna Pretty, tan dulce, tan ajada; ni sé si amanecerá para ella esta vez, pero esta noche, todos los silbidos del viento son para ella, y el frío y la garúa se lamentan de no poder abrazarla.




sábado, 4 de julio de 2015

relato _ el malabarista bizco y la sirena

El malabarista bizco cuenta los aros de su segundo acto, son uno, dos, tres, cuatro… se detiene, no tiene sentido, él sabe que son siete, y con una sola mano puede tomar el montón y saber si hay uno de más o de menos. Tampoco necesita pedirle a nadie que remiende los apliques de su traje con lentejuelas. Siempre estuvo solo, en un mundo confuso y doble y siempre fue en secreto equilibrista de sus ojos y las cosas. Pero aunque los objetos fueran fantasmas que se duplicaban a su alrededor, él siempre estuvo solo, y se mantuvo solo. ¿A quién podía confiarle su temor a los espejos y su amor por las luciérnagas? ¿Quién podía entender lo que realmente él era, un equilibrista en el abismo de su cabeza, en la cuerda de sus ojos, tan valiente como Nick El Magnífico, el equilibrista oficial del circo, con su esplendor, su juventud y su hermosura? Él, bizco y taciturno era un valiente solitario y olvidado de todos, una rareza que se olvida pronto. Pero la rareza era para él su vida, todo había sido siempre extraño, sobre todo su increíble capacidad de vivir entre dos suelos, entre dos cielos, en incontables vueltas de los vientos, capacidad increíblemente no apreciada por los demás. Pero los demás, ¿qué veían? Algo ridículo y asombroso, un malabarista bizco. No lo veían a él. Y entonces se alejaba caminando en su mundo múltiple, dichoso bajo el sol y envuelto en su soledad áspera.
Una tarde se acercó hasta el malecón más largo del puerto y claramente oyó cantar a la sirena. En los bodegones corrían esas historias, y él siempre las escuchaba atento, con aire distraído. La sirena se mostró para él, que la multiplicaba en sus ojos, su mente y su corazón. Ella tenía la voz indescriptible, los ojos abismales y la cara curiosa y triste. Él bajó entre las piedras y le acarició el pelo bordado de algas, y ella lo abrazó, allí, sin hundirlo en las profundidades, sin ponerlo en peligro, con una avidez de caricia que le permitió lamer las lágrimas saladas del malabarista bizco. Llevame a lo profundo, le pidió él. Ella no quiso: No quiero a matarte. No puedo salir del agua. Estamos hechos para llorar. No, dijo él, y empezó a hacer malabares con cinco piedritas y luego la besó. Aquel beso no podía ser de este mundo, pero sí del malabarista bizco, que siempre había danzado entre fantasmas y se lanzó, claro, por qué no, en un abrazo hacia las profundidades con ella y mientras la sirena lo llevaba de la mano, él encontraba alegremente los dobleces donde habitar y encontrar el aire.


viernes, 3 de julio de 2015

relato _ El payaso Basurita


El payaso Basurita camina solo por la calle vacía, es estrecha, llena de viento y papeles y hace mucho frío. Nadie lo reconocería. No lleva ninguna de las señas de su oficio, sólo su cara roja por el frío y la mueca triste que lo acompaña bajo los reflectores y en su camastro miserable. Patea una botella que se rompe y le mancha y le moja y le da frío en el pie que cubre el zapato viejo, sucio y remendado. No podía ser de otra manera, piensa Basurita, putea y sigue caminando entre cartones, papeles sucios y mojados, y líquidos que forman charcos pestilentes. Basurita los salta como si estuviera en función, o en función salta como tiene que saltar siempre esquivando las basuras. Ahora empieza a llover, también así tenía que ser, piensa Basurita, y su cara se tuerce en una sonrisa, él lo sabe, indecorosa. Como llueve, está nublado y no puede ver las estrellas, ni la luna puede verlo a él; mejor así, piensa Basurita, su alma lo avergüenza y sin embargo él avanza y avanza, aún con paso inseguro. Avanza porque se le resbala el corazón, porque se le inflama la sangre, porque se le embota el cerebro, porque lo han ofendido, a él, que se alimenta de las ofensas, le han ofendido pero de tal modo que siente la espalda quebrada en dos, de tal modo que los ojos le lloran, de tal modo que a falta de un puñal, improvisó una punta.
Dijimos que la luna no podía verlo, y fue una lástima; le hubiera dicho que se equivocaba, que estaba por caer sobre su propia tumba, que ella siempre lo había buscado y había llorado por él, y él nunca la escuchaba. Basurita había aprendido a despreciarse y a odiar, y ella lo hubiera acunado y le hubiera puesto besos puros en la frente; lo hubiera hecho bello. Pero el payaso herido, desde siempre herido, no pudo nunca más que mirarla con ojos siempre suplicantes, confusos, vidriosos. Y la luna desesperada le hablaba al payaso triste e inaccesible. Ahora sabía que bajo ese manto de nubes gordas, Basurita iba a sellar su destino en un acto grotesco y fallido, y lloraba por él.
El payaso Basurita siguió avanzando, dando tumbos, por la callejuela desierta y sucia. A lo lejos ya entrevió la luz amarillenta del bar; dentro de su bolsillo apretó la punta que había preparado. Todo sucedió en un segundo, tropezó con una inmundicia, cayó en un charco barroso y una furgoneta lo atropelló, lo golpeó, salió disparado más hacia delante del vehículo, que no llegó a frenar del todo y lo pisó. Basurita sintió un silencio enorme, veía borroso, casi no veía, y ya no escuchaba nada, se juntó bastante gente alrededor, siempre dando espectáculo, pensó, pero ya no podía ni sonreírse con una mueca tosca. En ese momento, las nubes irónicas se abrieron un poco y la luna lo vió, una pequeña cosa desecha en la mugre, y ya vaciada de llorar por él, se puso a cantarle, suavecito, suavecito, como solamente la luna puede hacer, y en uno de sus rayos pudo por fin llegar al oído del payaso que se moría. Y el hombre que había vivido en la humillación y el desencanto, sonrió.


Luna

¿Qué me dice la luna? Es callada, es silenciosa, me da luz y es hermosa allá arriba. Gracias.
DF Jacarandá

Foto: Fernando Lauría 2015