miércoles, 26 de diciembre de 2012

soneto: Algo anda nebuloso


Algo anda nebuloso



Algo anda nebuloso, tornasolando la mente,
algo que se presiente entre el andar dudoso;
cambia de forma, es un águila, un buitre, un pozo,
un destello que suspira de repente.

Golpea como el mar permanente,
en lamida de sal no hay en arena reposo,
la espuma se deshace en canto tembloroso,
la memoria cae al agua ciegamente.

Si levanto la vista y veo mi paisaje
respiro desiertos y junglas, velo tras velo,
y cada mañana me grita algún mensaje,

que uno está sólo bajo el cielo,
que el cielo es mudo, no viste traje,
y la soledad es origen sobre el suelo.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

relato: Veo sol desde mi ventana



Veo sol desde mi ventana, una enredadera, juegos, un aguilucho grita, ya son comunes aquí, pero con las nuevas construcciones no sé si se los verá más o menos. Veo, veo. Veo sol, una enredadera, ¿una enredadera podría vivir cien años? Un árbol, sí, fácilmente, viven en períodos que nos son ajenos, inmortales como un piano, viven más que los animales, un segundo para ellos es otro tiempo. ¿No existen las enredaderas centenarias? Árboles, seguro. Llevan otro ciclo, regulan nuestra vida, nuestro clima. Además son criaturas que al envejecer, increíblemente, se vuelven hermosas. Las plantas se adaptan. Hay vida, yuyales entre grietas o fisuras. Aprovechan los intersticios, la humedad, las superficies, se adaptan.







martes, 18 de diciembre de 2012

relato: La tangente



La tangente



Libélulas ascendentes. Peces verticales. Mariposas horizontales. Mosquitos oblicuos.
Viene una tangente, rasga, abre, provoca un sismo. Abismo por el que cae claro, cristalino, el líquido secreto. Se inundan los oídos, los ojos; adyacente, ¿qué se ve por ahí? Sí. No. Es un remolino, una curva que cae, no termina nunca.   
Hoy en la plaza ví bañarse a dos palomas, las demás chapoteaban. Luego, también a dos pajaritos chiquitos, negros de pico amarillo. ¿Todo esto bañado también, bañado por el líquido que no me abandona y se despliega, inunda todo?; estoy cansada, tengo que repasar las formas para poderlas ver bien.
Matar un albañil, una idea como cualquier otra; se suma a la masa viscosa, ¿y cómo hacerlo? ¿Y el cuerpo? Se pierden las precisiones en las riberas envolventes.
Y los ojos implacablemente al frente. Las orejas alineadas. Los párpados casi fijos. El paso apretado, los sentidos atentos, la mirada distante. Y qué calor, y qué frío. Que no me molesten, que no me vean casi. Ahí se nubla toda sustancia, frente a frente en el subte.
Ojos que repasan. Líneas. Una multitud de necesitados atraviesan como por un cristal las espaldas y los olores. Ojos, ojos, los ojos están desubicados en el subte. Y chilla, chilla el subte y abre y cierra y mugre. Entre la mugre, sobrevivientes, por ahora. Se los mira con mayor o menor asco al pasar. Ojos, manos. La marea de los sentidos lleva a la multitud hacia fuera. Y ahí, el aire, sí, aire fuera del subte. Aire aunque sea gris, es menos gris que abajo. Más frío, seguramente. El frío delimita rigurosamente los contornos. Henos ahí, en el frío. Y si hace calor, menos que en el subte, pero calor, entonces el calor acompaña susurrando, susurrando. Y la tangente, el mundo que me pasa como una red, traspasa. Verlo, respirar con él, para no asfixiarme. Hoy está parcialmente nublado.


lunes, 17 de diciembre de 2012

relato: La tormenta



La tormenta



Arena, cal, agua. La gota en la arena. La hoja en la rama.
Tu pelo resopla. Las nubes pasan. El viento llena mis manos, restriega mi cara.
Vuela la tierra su momento delirado, barro antes, barro después; y luego polvo.
Tenés que acercarte, amor, para darme calor, para pararme el viento, para abrazarme.
Tenés que besarme, amor, tengo miedo.
¿Me vas a empujar a la lluvia? Tendría mucho frío. No lo pregunto por vos, es una idea que me cruzó, cómo ahora veo ese sapito, y digo ¿cantará?; no lo pregunto, me cruza. ¿Cantará? Amor, dame la mano. Nos está empapando el repique de lluvia y viento. El sapo chapotea, salta a un charco más grande, al fin, canta. Sí. Suena fuerte, la lluvia chapotea en el pasto, el sapo canta, fuerte. Truenos, ya correntadas entre el barro, el sapito se pone a salvo. Cuánto viento. No veo tu cara, amor, no veo nada, el agua cae como telón, tengo que ampararme con las dos manos para respirar. ¿Dónde estás, amor?, no te veo, no veo nada. El sapo en algún lugar canta. Vos me abrazás entre el manto de lluvia, todo es agua, el dique va a ceder. Resguardémonos, amor, el sapo sabrá nadar, resguardémonos, ya cede. Sigo tu abrazo, pero no te veo, apenas respiro con una mano resguardándome. Vamos hacia lo alto, esquivando la correntada, nos llevaría. Un rayo nos dejaría sordos. Sólo se escucha el agua, la que cae de arriba sobre la que corre surcando tierra, arrastrando piedras.
Necesitamos las dos manos para hacer un hueco en la cortina de agua y respirar, vamos pegados por no poder abrazarnos. Los pies se hunden en la tierra barrosa. Avanzamos. Sobre el barro, contra piedras, entre el agua. Estás al lado mío, amor, cada tanto nos tropezamos. Chapoteamos sin caernos, sería fatal, chapoteamos con esmero. Arriba, arriba, arriba. Arriba, arriba, arriba, arriba. La cortina se va afinando, va lloviendo cada vez menos, ahora es suave sobre la piel. El aire se respira. Volvemos a recibir nuestras caras.


viernes, 7 de diciembre de 2012

relato: entre las pestañas


entre las pestañas



Ahora no lo ves, ahora sí lo ves. Está, sí, sí, está. Va por las respiraciones, por los latidos, está entre las pestañas, amaga un instante al abrir y cerrar los ojos. Amaga y después se desliza como una lágrima acariciando el pómulo, besa la comisura de la boca, se escurre por la nuca y en algún momento de la espalda puede entrar y verte respirar, latir; sale con el aire y se aleja hacia arriba, hacia arriba y te ve durmiendo en tu cama. Recorre las ventanas, persianas y rejas, da vueltas cerca del techo, sobre el que duerme en la cama.
Cuando el que duerme despierte huirá secreto al abismo extraño entre vigilia y sueño, y ahí, suavecito canta canciones en su propio sueño, que son brisas suaves, que son juegos.



miércoles, 5 de diciembre de 2012

relato: Algo también ahí



Algo también ahí




Algo también ahí. En el borde del ojo. En el marco de la ventana. Algo que te confirma. Sí, un borde sinuoso que impregna tus visiones. Estoy en un caparazón de sueño. Todo es blando y lejano alrededor. Me abro un poco a la realidad, pero caigo en el velo, la caparazón del sueño. Pero ando, con este velo de sueños, aferrada a una cornisa de realidad, voy caminando por el centro. ¿Qué es? No importa, cruzo. Cuántas luces. Hace frío y hay viento. Tengo que llegar a un horario. Tiempo y forma. Y ese algo que está ahí, al costado del ojo. Por momentos derrama visiones en mis ojos, es muy difícil si estoy cruzando una avenida ancha. Algo ahí, en los ojos. Y quedan flotando. Y sólo yo las veo pero ellas me miran. Están ahí. No es fácil llegar hasta el teatro pero llego, con las visiones sobre mí, cubriéndome y rodeándome, pero sólo yo las veo, así que entré; para facilitar la cosa, supongo, todas se introdujeron de golpe por mis oídos. Fue impresionante, un concierto entre insoportable y aterrador, por suerte estaba sola en el pasillo. Las tenía ahora flotándome adentro, se me aparecían por los ojos, me susurraban en lo oídos, me hacían sentir su calor, o su frío, frío sobre todo, una llanura gris rojiza, terrosa, hay un ranchito para cubrirse del viento, del frío. Le abre la puerta una mujer joven, con los ojos enormes, un bebé a upa y tres más que la tironean de la ropa. Te vas corriendo, en el frío y la noche vas a sufrir esa diferencia. A buscar un huequito, una piedra, un arbusto, algún resguardo del viento. Encuentra una piedra y un arbusto que no son suficientes, con su mochila trata de mejorar el resguardo. Se abriga con todo. No debería dormir, piensa. A la mañana los chicos del rancho la encontraron muerta por el frío.
Pero estás acá en un pasillo del teatro, ahora volvés a ver a ver claro el pasillo, las puertas, una acomodadora te pregunta si estás perdida. Te hace bajar dos pisos y te deja en manos de otra acomodadora, que te abre a un palco alto. Ahí te deja. ¡Qué alto! Si te asomás a ver el borde es lujo en caída libre. Abajo hay una alfombra. Las alfombras nunca le fueron simpáticas. Las visiones salen de ella, por todos sus orificios, precisas. Por suerte estaba sola en el palco. Porque quedó doblada en el piso. Pero se abrió la puerta.
- ¿Está bien señorita?
- Sí, sólo me tropecé y tengo la rodilla frágil.
- ¿Necesita un médico?
- No, no. Muchas gracias.
- ¿Puede sentarse?
- Sí, un momentito, por favor.
Y logró sentarse y tratar de parecer normal.
- Listo.
- Señorita, cualquier cosa, yo estoy en el pasillo.
- Gracias. No hace falta. Gracias.
Quedó sola en el palco, con sus visiones curioseando todo y jugando a saltar entre los adornos. Ella trató de concentrarse en el comienzo de la representación, era una ópera. Está exhausta por el brusco ingreso por los oídos y el inesperado vuelco por sus orificios, quedó bruscamente llena y sorpresivamente vaciada y justo llegó la acomodadora. Algo se debe haber dado cuenta.
Vos allá, yo acá; ese es el filo.
Vos sos vos, no sos yo.
Yo soy yo, no soy vos.
El filo está en mí misma, entre mis propias visiones, algo separa, aunque a veces contiene. ¡Visiones! ¡Vengan a mí! ¡Yo soy esto! ¡Quiero un abrazo imposible, inconcebible! ¡Rodéenme visiones! Aunque me penetren estaré separada de ustedes, ¡es inevitable!
Separada por un resquicio, separada de mí, en el filo de este balcón, me dejo colgar hacia fuera, gran griterío, es por mí, todas mis visiones me penetran y me pasan por los ojos, no puedo ver, escucho:
- ¡Señorita, agárrese!
- ¡Señorita! ¡Por favor!
No veo nada. Los primeros gritos del teatro se convierten en un parloteo agitado, cada tanto sale de ahí un “¡Señorita, no, por favor!”. Yo no veo porque mis visiones están todas juntas, densas, en mis ojos, me hacen pesar los ojos. Sigo agarrada a la baranda. El suelo abajo haría bastante ruido con la caída de mi cuerpo, ahí va. Estallan los aplausos, estoy en mi palco, sola en el piso, con mis visiones otra vez desparramadas. Me quedo quieta en el piso y las dejo que me entren una a una. Ahora sí, completa, despacio trato de pararme, buena compostura, abren la puerta, es la acomodadora.
- Estoy saliendo, buenas noches.
En la calle hay viento. Voy a la costanera, el viento me golpea con mi pelo. Frío. Frío. Voy a un bar, pido un café y voy al baño. Tengo un 38. Estuve practicando. Mis visiones no se reflejan en el espejo del baño. Tienen miedo. Ahora me están dando lástima pero yo también estoy llorando esta vez, un ¡blum!, ¡blum!, ¡blum!, ¡blum!
- Está ocupado.
- Señorita, ¿falta mucho?
- Ya voy.
Se me desvaneció el 38. Y salgo presto del cubil. Mis visiones pegadas a la nuca. Abro la puerta de calle y otra vez el frío. El frío me contrae y las visiones se me meten por la espalda, me bailan adelante de los ojos. Un colectivo, las luces, me va a pegar, todo se aclara, caigo al piso, ni me tocó, la gente me rodea pero no puedo levantarme, todo está claro. Semáforo, carteles, luces del colectivo, los brillos de las cosas. La gente que me rodea me habla, no les entiendo, yo estoy bien, clara, ¿dónde están mis visiones? Todo es claro ahora, el color de la remera de un hombre que me toma la mano, se junta gente. Estoy bien. Por el cielo pasan nubes. El colectivero llora. Voy a moverme. Muy lento. Las caras pasan lentamente sobre mí. Algunos me agarran para sostenerme o para que no me mueva, pero yo avanzo hacia el colectivero. En silencio, todo lento, todo claro, llego y me mira espantado. Me abraza. Es raro, floto, es él, que me lleva; hay un árbol y un pozo, es horrible, también hay una pala. El pozo es estrecho. Me lleva flotando. Un policía está sobre mi rostro, me mira y llama, habla, me levanto – Estoy bien. -, y me voy casi corriendo. Nadie me sigue. Me subo a un taxi y doblo lejos de ellos, - Doble, doble acá por favor. Lléveme diez cuadras. – Le dejé lo que tenía y salí corriendo. Estoy acá, en esta plaza, bajo este árbol; nadie me ve. Todo es claro. Todo es claro.
Pasa un auto. Pasa otro auto. Un hombre solo. Dos mujeres. No me ven. Yo los veo. Me envuelven mis imágenes, pero nadie las ve.
Hace frío, no debería dormir, es peligroso. Lo sé yo y lo saben los que mueren de frío en las calles. En este árbol nadie me ve, me acomoda, una postura cómoda y estética. Así. No debería dormirme. Los aplausos me levantan, el palco del teatro toma forma y tratan de ordenarse los recuerdos en mi cabeza. El balcón del palco, tan empinado, simplemente fue doblarme sobre él, casi cómodamente y sobre el grito de la sala, de algunos, luego deben haber sido más, caer, debe haber sido un sonido grave. Toda la sala debe haber enmudecido y gritado, pero ahora voy bajando, me voy a encontrar con el piso de madera, pero no voy a saber nada más, la intriga, el vértigo. Un golpe resonante, supongo.


martes, 4 de diciembre de 2012

relato: cabeza, tierra, agua



cabeza, tierra, agua




Una cabeza tirada entre el polvo. Un recorte tosco de cartón, la palabra “traidor”.
Varias piedras alrededor de la cabeza. Polvo.
Escarabajos entre el polvo revuelven piedritas. La cabeza es nueva, recién llegada para ellos, aunque rodó, golpeó y se llenó de tierra. Una gran pelota como las suyas chiquitas.
¿Qué necesita esta cabeza, escupida, arañada, esta cabeza entre el polvo?
Que las hormigas se enteren pronto, los perros, una lluvia.
El cartel tirado, “traidor”, se lo lleva el viento. La cabeza no se mueve, sólo sus pelos se sacuden al viento. ¿Qué sería necesario? Unos chicos que jueguen a enterrarla. Pero está prohibidísimo. Azotes para todos y peligro de plomo y machete.
La cabeza sola en el cruce de las calles de tierra, en su propio barrio. Y que nadie la toque. El polvo la va cubriendo y los perros se van acercando y quién los espantaría, si quedarían expuestos. Mejor que los perros terminen pronto con el asunto. Los perros se pelean por la cabeza que ha vuelto a arremolinado movimiento. La enganchan de un ojo y de la boca. Se va rompiendo, de lo reseco pasamos a lo húmedo y a lo viscoso.
La cabeza ya no es más una pelota que pudo patearse. Cuando los perros terminan las hormigas y las moscas se ocupan de lo poquito que queda.
Perros hermosos con pedazos de cara en la boca, y habría que volver a besarlos, a darles de comer, tal vez una caricia.
Entre las fauces de los cuzcos, los grandes y los chicos, las partes deformadas del que había sido líder.
En poco tiempo no quedó nada masticable que fuera húmedo. Ahora trabajo para hormigas y escarabajitos. Trabajo para el viento. Que una cabeza pueda durar tan poco. Claro, tanta siesta, las personas silenciosas, los perros, el hambre.
En algo así como media hora sólo quedaban restos no reconocibles, cachos, una carnicería.
¿Y el cuerpo?
Lo tiraron al riacho, se alejó flotando y con unos palos hacían que no se encaje, se arremolinaba hasta que se fue solo río abajo. Si no lo encuentran otros perros, pasto de peces, de bichos. Diez balazos llevaba el cuerpo, muchos orificios, el agua es gentil.
¿Los chicos corretearían para ver al decapitado? Todos quietos, como en el cruce donde había quedado la cabeza. Nadie se mueve. El pueblo es chico.
De la cabeza no quedaron casi rastros y nadie los toca, nadie se acerca.
El cuerpo es más grande. El cuerpo quedó a unos kilómetros enganchado en la costa. El proceso fue más lento, pero le dieron ímpetu las aves, los reptiles, los peces, y los muchos, muchísimos, muchísimos, bichitos.
Las ropas quedaron a medio flotar entre osamenta y juncos.
En la calle, el cartel que decía “traidor”, con tierra y terrones de alguna lluvia, sigue ahí, ni moverlo.
Andan nubes pesadas de agua y de calor. Todavía no descargaron pero van a inundar si largan con todo. Inundación. Los perros y patos nadando, las gallinas por los techos, los que las subieron. El cartel de “traidor” se fue pronto, con el principio de la correntada, después todo fue rápido, salvarse y salvar algo. Unas gallinas, unos perros, algún gato, la tele, una radio, voces que piden traé, vení, ayudame. Hubo una nenita, gritaba y gritaba y no se sabía dónde estaba, se ve poco, es el crepúsculo, y la corriente es fuerte. Y dejó de gritar. Fue un silencio asqueroso, con todo el ruido de la crecida y las personas y animales que llegaron a los techos.
De los restos del cuerpo se separaron los restos de la ropa, todo una baba entrelazada por cartílagos, al fin dispersos por la gran crecida.
Pasó llevado por el agua el cartel “traidor”, borroneado por el agua. Pasó ahogado el alcalde. Animalitos ahogados. Y después de las lluvias el calor de nuevo. El agua que no baja y el sol. Todo se pudre, los nuevos muertos.



domingo, 25 de noviembre de 2012

relato: Nadar el agua



Nadar el agua



Nada el pez, nada la rata, nada el gato, nada el perro, nada el hombre. Un oso nada, un buey. Las aguas besaron y ahogaron tantos hombres, tantos osos, tantos bueyes, que aprendieron a jugar aún en espanto en esa masa huidiza que arrasa.
Palpita el agua en las células, escurre secretos en ojos, oídos, lenguas y ventanas. Sabe meterse, sabe evaporarse, nube y musgo por donde el grito alza.
Una llovizna, unos gotones, bruma, una charca. Sapos, grillos, ranas. Sonidos del agua.


relato: Pez escarola y persiana



Pez escarola y persiana



El pez escarola inspecciona tu persiana, si está entera o rota, si se abre a la mañana. ¿Están tus ojos limpios? ¿Tienen telarañas? Y los oídos, ¿oyen o sólo tienen un mar a distancia? A ver, los ojos, cerrados soñando, muy bien, es su tiempo. Recorre el pez escarola la habitación, las paredes, la superficie del ropero, entra por las rendijas, va por ropa, perchas y cajones, sombreros. Repasa las patas de la cama y flota en el suspiro del que duerme, le acaricia los ojos con su lomo de plata, circunvala sus oídos, por fuera, con cuidado de lana.
En una ráfaga se va, desde la ventana toma distancia, brilla al alba un instante, se zambulle en la nada. El pez escarola puede emerger de la nada, o de una toalla, o de una canción. Por la tarde se disimula en el destello de una cuchara, en la claridad de un macetón, en el reflejo de una hoja, en la luz entre las sombras de un arbusto, en la arboleda.
Duerme también el pez escarola, y sueña, sueña con los reflejos de las persianas, con arbustos aromáticos, con gente durmiendo en camas. Sueña recorridos, surcos, vueltas, un corredor y una bicicleta, un árbol en la mañana abierta. Sueña el pez escarola con los que durmieron y ahora andan, andan de pie, en dos patas, si están atentos o no es algo que se le escapa; el pez escarola ve su auténtica fase, cuando acaricia sus sueños ve desde su distancia los fantasmas que acompañan a la gente luego cuando anda.
El pez escarola tiene sus propios fantasmas, de lana, de seda, de red y de agua. Pero los coletea y les charla, y así va amigo de sus fantasmas, porque juega bien con ellos, son fantasmas suyos, son suyos, son él, fantasmas de su no ombligo, de sus escamas. Vuela con ellos, consigo mismo desplegado en gotas que resbalan transparentes y se vuelven a juntar. Está contento el pez escarola, nadando entre durmientes, jugando con fantasmas.



relato: escarabajo y lluvia



Escarabajo y lluvia



El escarabajo siente el polvo. Hace bolitas de tierra. Siente que la lluvia está lejos. Ni lo piensa, hace bolitas de tierra, paciente, aplicado. El viento lo cubre de polvo, el calor se refleja en su caparazón, no lo hace tornasolado sino que brillaría intenso si no estuviera tan empolvado. Hace bolitas. Bolitas de tierra. Y las lleva. Hace la bolita y la lleva. Muchas. Ya pasó la mañana y va la tarde así. Las nubes todavía están lejos pero ya las siente, presión, humedad, ya sabe del agua que viene. Termina su última bolita de tierra, que sea bien grande, y la lleva bamboleante, por última vez. Está subiendo a un árbol cuando caen las primeras gotas. Son gotones, uno le pega de lleno y lo tira, cae entre las raíces del árbol, panza arriba. Empieza a llover más, se esfuerza patas arriba y trata, trata, ahí va, va, casi, no, ahí sí, ahí casi se endereza y listo, otra vez con las patas útiles, sobre las raíces del árbol. Va pasando el agua, va corriendo, esquiva la correntada. Se va subiendo al árbol, muerde y agarra con las patas y sube, agarrándose contra el agua que baja por el tronco. Un trueno, llueve más fuerte, llega el escarabajo a un hueco en el tronco. Fuerza, agarrarse al borde y que la panza pivotee, ya las patitas de atrás están en el aire. Pivotea sobre la panza, se agarra también con las mandíbulas, ahí va, listo, adentro, rueda y queda con las patitas para abajo, útiles esta vez. En ese refugio hay otros bichos. Todos exploran y se alejan de los vecinos. Un aleteo, un pájaro entra al hueco y come, come, come. El escarabajo está oculto pero el pájaro inspecciona. Un trueno. Llueve más fuerte y el pájaro se pelea con otro que también busca refugio. El escarabajo sale por un agujero a una rama. Se agarra fuerte porque le llueve encima, vuelve a entrar al conducto del agujero, ahí no llegan los picos. Al fin están los tres, los dos pájaros se acomodaron y el escarabajo en su reducto. Llueve. Llueve. Va subiendo el agua pero el árbol es grande, está lleno de bichos y pájaros que se refugiaron. Van pasando, flotando, ramas, ramas grandes, pequeños arbolitos, un techo, animales, nadando o ahogados; el agua sube con basura, arrastrando chatarras, pasando al vuelo maderas, una casa de madera viene deshaciéndose, gritos. El árbol es grande, pero el agua sube, sube, pero el árbol tiene raíces amplias, y es flexible aunque es enorme. Resiste. Varios animales lograron salvarse del agua en el árbol, un gato, una comadreja. Pasan maderas, ahogados, camalotes, camalotes con algún animal, animales, susto en los ojos. El árbol se dobla y resiste, la corriente es fuerte y es alta, pero él es alto y flexible. Pasa el agua, rápida, rápida; y después no tanto, un plano espumoso que se mueve lentamente. Después un gran lago. Nadan peces alrededor del árbol.
Pasa un bote, un grito sale del árbol y revolotean pájaros y maúlla el gato y gruñe la comadreja. El grito es de un hombre, como el gato y la comadreja, logró subirse al árbol de entre la corriente. El hombre invita al gato y a la comadreja a subirse al bote, la comadreja gruñe, el gato sube y la comadreja sube detrás. El bote se aleja con el hombre abrigado, la comadreja detrás de unas sogas, el gato contra el suelo, curioseando alrededor. Esta vez los gritos de los hombres no fueron muerte.
Para el escarabajo quedó el árbol, y para los pájaros él y los demás insectos. Pero en su refugio cayeron muchas hojitas, por ahora es disputarlas con otros bichos. Es un acolchado de hojas para todos los bichos.



sábado, 24 de noviembre de 2012

relato: casa, sombra y fuego




Casa, sombra y fuego



Llegó hasta la casa y tuvo miedo. Era un día soleado, corría un viento fresco que le revoleaba el pelo y tenía miedo.
La casa ya no estaba habitada por personas. Había en el jardín unos gatos, unas gallinas, y frente al portón, unos perros que dormían al sol. Agarró un palo y unas piedras, por los perros, pero no hizo falta, la miraban incrédulos y sorprendidos, pero no les importaba su presencia. Distraída en esto, abrió la reja principal, como si nada, acceso franco. El miedo ahora se le subió a la garganta, esperaba alguna resistencia, alguna señal. ¿Cómo la recibiría el polvo de la casa, la sombra de la casa? Los pastos estaban altos y las flores lindas la ponían triste en el camino de llegar hasta la puerta misma del caserón.
Tres escalones herrumbrosos y entrar en el frescor de la galería. No. Todavía. Le dio una vuelta a la casa. Todas las ventanas cerradas, claro, menos la del altillo, que se le había caído un postigo, lo tenía a sus pies como parte desprendida del cuerpo. No tocarla. Volvió a los escalones. Pisarlos. Los pisó. Bajó los pies al suelo, a la tierra, rápidamente, se alejó unos pasos por la tierra y acariciaba los yuyos altos, con sus flores bonitas. Fuera, fuera de esa casa, al sol. Fue hacia la reja para salir. La vió cerrada y cayó de espaldas sobre el barro, caliente por el sol. Se despertó en el crepúsculo. La puerta estaba cerrada pero no trabada, salió, el viento la habrá empujado, nadie pasó, nadie pasa, porque la tendrían que haber visto a ella tendida entre los pastos. Fue al pueblo. Ninguno le supo decir dónde paraban los micros. Todos tenían los ojos nublados, o muy claros, punzantes, que parecen que no te ven, sólo traspasan; también ojos oscuros para perderse. Ya se estaba saturando de tantos ojos hacia ella que buscó un bar, pidió un café y no levantó la mirada del café. Revolvía con la cucharita.
- Usted, señorita, estuvo en lo de los Alonso, yo la ví, en el pasto.
Tuvo que sacar la mirada del café. El que le hablaba era un hombre fuerte, rugoso, y en el resto del bar se había hecho el silencio.
- Usted y la casa se rechazan, señorita – continuó tras un silencio el hombre – Nosotros ya vimos a otros enloquecer ahí. – murmullos de los parroquianos del bar -  Señorita, todavía puede retirarse.
- Es mi casa.
- Ya lo sé. Yo la conozco, soy el jardinero Diego, ¿se acuerda de mí?
- Diego… sí.
- Hola, soy Diego, señorita.
- Hola, disculpe.
- La dejé en el suelo, entre los yuyos, porque es su casa y su problema ahí es suyo. Pero ahora que está viva, váyase.
- Sí. Usted, Diego, vió a mis tías… lo que dicen que pasó.
- Yo encontré los cuerpos, nada más.
- ¿Cuándo pasa el próximo micro?
- En veinte minutos.
- Gracias, Diego.
- De nada. Que esté bien, y no vuelva.
Cuando se iba en el micro, ya lejos, pudo ver en una vuelta del camino cómo los vecinos bailaban alrededor de la casa, que habían prendido fuego.


jueves, 22 de noviembre de 2012

relato: paseo

  

  Paseo



- ¿Me abrazabas?
- No sé.
- Es un río muy largo, pasa tanta agua. ¿Lo pensaste? Tanta agua. Se va, se va. Abrazame.
- Te estoy abrazando.
- No sé. ¡Ay! Tanta agua. Corre. Lleva, empuja, si me empujaras me caería. Al agua fría, a las algas que me enredan, a las piedras, tal vez lo primero un golpe seco, en una piedra, con el primer frío, y las algas después, llevándose el cuerpo flojo. Tanto, tanto frío, amor, qué bueno que me abraces.
- Está muy oscuro el río.
- Sí, hay faroles apagados y las nubes tapan la luna.
- Temblás.
- Frío.
- Si te alzara y te pusiera en la baranda, el viento lo definiría todo.
- No es cierto, pero alzame. ¿Ves, amor?, vos, el viento y yo, ¿quién definiría?
- Quien vos quieras.
- Me alzaste a la baranda y el viento me golpea fuerte.
- ¿Querés que te pegue, amor?
- No. Alejate, quiero ver tu rostro borroso. Ahí. No te alejes mucho, me da miedo. Tu rostro borroso me da miedo también, pero ahí estás. Acercate ahora, por favor. Vení cerca, dame tu mano. Gracias.
- Te voy a abrazar, despacio, no te asustes.
- Sí, amor, aunque podrías tirarme al río.
- Sí, amor, podría. ¿Tenés mucho frío?
- Sí, pero así está bien, me abrazás.
- El río es tan oscuro, amor.
- Oscuro y la corriente es fuerte, y hay muchas piedras.
- Muchas algas.
- Muchas algas ahí abajo. ¿Me empujarías?
- Te haría deslizar. Otro sueño a la noche.
- Tengo miedo, amor.
- De mí.
- De la noche. Me cubre fría sobre tu abrazo y tengo miedo de que me empuje. Yo te soltaría entonces, para no arrastrarte conmigo, tan triste. Después el vértigo y lo que haga el golpe, muchas piedras, frío al entrar. Luego tal vez nada. Yo te soltaría si la noche me empujara, amor, verte en distancia, verme ir, tan triste.
- ¿Para qué vinimos a esta hora al río?
- A vos te gusta y a mí me espanta.
- ¿Sufrís?
- No. Me conmociona la fuerza de la noche sobre el frío y el agua. Las piedras, ¿aplastaría algún pez o pueden correrse a tiempo?
- Creo que son muy rápidos, no los aplastarías.
- Besame, por favor, todo nos espía. Gracias. Me balanceo en la baranda, amor.
- Basta, no hagas eso.
- Pero vos me subiste.
- Y yo te abracé. No te balancees bajo la luna que espía.
- Me quedo quieta, sólo miro el agua, aquello negro.
- El agua no la ves, aquí abajo no hay reflejos. La escuchás, la olés y sentís su humedad.
- La humedad se nos mete, amor, ¡ay, qué frío!, se nos mete por el cuello, por las muñecas, por los tobillos.
- La humedad es la vida, te doy un beso caliente.
- Gracias, amor. Sentí tu pulso. Sacame de acá, bajame de esta baranda, alzame y llevame al bosque.
- Te bajo, ahora caminá, te abrazo.
- Tenemos cuchillos.
- Vos el tuyo, yo el mío.
- Tiro mi cuchillo al río, amor, ahí va. Ahora sólo vos tenés cuchillo. Vamos al bosque. ¡Qué ruido al caer al agua!
- Ahogaste tu cuchillo.
- Vamos al bosque, amor. Por favor, tengo frío.
- En el bosque te voy a abrigar, entre ramas y un árbol.
- La tierra me va a llamar, como me llama el río, pero voy a abrazarme a vos fuerte, voy a agarrarme a las raíces de los árboles, voy a pensar fuerte tu nombre.
- Te voy a abrazar hasta que te desmayes.
- Sí, amor.
- Y voy a mirarte entre arbustos rondando.
- Y voy a estar contra un árbol, y me vas a cubrir con tu mirada, bajo los árboles, bajo la mirada de la noche.
- Sí, recostate, yo también. Te voy a abrazar.
- Siento tu cuchillo.
- Lo vamos a acomodar.
- ¿Qué nos sobrevuela?
- Los insectos de la noche.
- Es un ruido intenso.
- Es tu corazón.
- No, mi corazón me golpea, pero queda callado.
- Son tus pensamientos.
- Tienen rotas las alas.
- Puedo coserlas.
- Sí, amor, con tu cuchillo. ¿Me lastimarías?
- Haría lo que quieras.
- ¿Y qué querés vos?
- La noche, los insectos y tus alas.
- Están rotas.
- A mí me sirven. Te las arranco o te las coso.
- Va a doler.
- Cualquiera de las dos cosas.
- Esperá. Yo puedo pegarlas.
- No podés.
- Sí, haceme dormir contra las hierbas, contra este tronco. Antes del amanecer voy a estar lista.
- No creo.
- Haceme dormir contra el árbol, amor. Sólo unas horas de suspenso.
- Te abrazaba. Dormías.
- Ya estoy bien.
- Devolveme mi cuchillo.
- ¿Tu cuchillo?
- Lo tragaste con una libélula y una mariposa.
- Me siento muy bien.
- Entonces voy a hacerme una lanza.
- ¿Una lanza?
- Sí, fuerte y ligera.
- Hacela pronto, amor, va a ser hermosa.
- Sí, y va a ser fuerte.
- Es hermosa, fuerte y ligera, amor, y filosa.
- Sí.
- Puedo levantarme del suelo, entre las hierbas. Estoy de pie, junto al árbol. Me clavaste en el árbol con tu lanza, amor. Qué fuego, qué frío. ¡No te vayas! Oscurece. No veo nada.
- Estoy acá, amor. Te sostengo. No te hice ningún daño.
- Confundí tu lanza con un perro, y me atravesaba, amor, me dolía y era muy triste, amor, muy triste, me habías clavado en el árbol y te ibas.
- Mi lanza es fuerte, amor, es ágil y filosa y nos protege.
- Un bosque así me da miedo, pero estamos bien, estamos seguros. ¿Escuchaste?, ¿ese pájaro en la noche?
- Es un pájaro que canta en la noche.
- Sí. Es profundo, es desolado.
- Está llamando, y se está mostrando. Marca su lugar. Llama.
- Está solo.
- Por eso llama. Si no tiene éxito cambiará de lugar.
- ¿Qué hacemos en este bosque?
- Esperamos que despunte el día.
- No va a faltar mucho, otros pájaros ya están cantando. ¿Qué fue del pájaro de la noche?
- Se fue a su nido, y tal vez mude a otro.
- Podrías atravesarme con tu lanza, amor, contra el árbol, una visión horrible, podrías, pero no lo hagas, amor, es muy triste, muy triste. Abrazame, por favor.
- Ya va clareando, despacito, todavía escucho al pájaro de la noche. Pero este momento, de inicio crepuscular, puede ser eterno. Te mato con mi lanza.
- No, amor, estás lejos. Es muy triste.
- Es muy triste, sí, quería saber qué querías.
- Me hiciste trampa.
- Sí.
- Ya es el crepúsculo. Es muy lindo. Abrazame.
- Salgamos al sol.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

relato breve: La hora del lobo


La hora del lobo. ¿Qué hay dentro de tus ojos? ¿Qué te silba en los oídos? Una mano te acaricia el pelo, otra te busca el ombligo. ¿Es eso una canción? ¿Una canción entre los oídos? Suena dentro, no viene de fuera, como el viento se habrá metido. 




relato breve: en el ojo el pez; en el monte la niña.



En el ojo, el pez; en el monte la niña.
Un bastoncito hace tic-toc en el pecho y la cabeza gira.
Los aguiluchos sobrevuelan, no tienen ni culpa ni cargo, carroñean.
¿Y aquella figura? Mira para un costado. ¿Y ahora? Mira para el otro. Ah.
En el ojo, el pez; en la garganta la ninfa.
Una cascada en la cara no te deja respirar. Un velo confunde.
¿Y aquel punto que se mueve? No lo mires, no es. Ah.