Entre
penachos de brotes tiernos va contento el caracolito Alfonso. Es muy
chiquito, su caparazón es casi transparente, más frágil que los
tiernos brotes, con atención, pueden verse su corazón y sus
pulmones palpitando. Si se hace fuerte, puede vivir varios años
entre penachos que agita el viento y hojas que caen sobre el suelo.
También si llega a ser un caracol fuerte puede subir desde la
lagunilla donde nació hasta lo alto del médano, que lo asombra y lo
deslumbra; pero todavía es muy chiquito. La lluvia lo pone contento,
aunque todavía no sabe por qué, tampoco sabe que no sabe por qué;
pero la lluvia es lluvia y le hace bien y se mueve entre los brotes
tiernos y las gotitas de lluvia lo encuentran a él.
El
caracolito Alfonso ya tiene varios amigos, hay unas hojas que él no
come y ellas le dan abrigo, está la lagunilla de la que emergió y
en la que vuelve a entrar y salir, y le hace bien. También hay
varios bichos bolita con los que comparte caminitos y agua. El
caracolito Alfonso no sabe que se llama Alfonso, tampoco nadie lo
llama así, tampoco lo llaman caracolito. Pero él es el caracolito
Alfonso. Las noches de luna llena se pone más contento y come
tranquilo y se baña muchas veces. A la luna tampoco le importa
llamarse luna. Y ahí está, tan tranquila.
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