Pez escarola y persiana
El pez escarola inspecciona tu persiana, si está entera o
rota, si se abre a la mañana. ¿Están tus ojos limpios? ¿Tienen telarañas? Y los
oídos, ¿oyen o sólo tienen un mar a distancia? A ver, los ojos, cerrados
soñando, muy bien, es su tiempo. Recorre el pez escarola la habitación, las
paredes, la superficie del ropero, entra por las rendijas, va por ropa, perchas
y cajones, sombreros. Repasa las patas de la cama y flota en el suspiro del que
duerme, le acaricia los ojos con su lomo de plata, circunvala sus oídos, por
fuera, con cuidado de lana.
En una ráfaga se va, desde la ventana toma distancia, brilla
al alba un instante, se zambulle en la nada. El pez escarola puede emerger de
la nada, o de una toalla, o de una canción. Por la tarde se disimula en el
destello de una cuchara, en la claridad de un macetón, en el reflejo de una
hoja, en la luz entre las sombras de un arbusto, en la arboleda.
Duerme también el pez escarola, y sueña, sueña con los
reflejos de las persianas, con arbustos aromáticos, con gente durmiendo en
camas. Sueña recorridos, surcos, vueltas, un corredor y una bicicleta, un árbol
en la mañana abierta. Sueña el pez escarola con los que durmieron y ahora
andan, andan de pie, en dos patas, si están atentos o no es algo que se le
escapa; el pez escarola ve su auténtica fase, cuando acaricia sus sueños ve
desde su distancia los fantasmas que acompañan a la gente luego cuando anda.
El pez escarola tiene sus propios fantasmas, de lana, de
seda, de red y de agua. Pero los coletea y les charla, y así va amigo de sus
fantasmas, porque juega bien con ellos, son fantasmas suyos, son suyos, son él,
fantasmas de su no ombligo, de sus escamas. Vuela con ellos, consigo mismo
desplegado en gotas que resbalan transparentes y se vuelven a juntar. Está contento
el pez escarola, nadando entre durmientes, jugando con fantasmas.
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