martes, 27 de septiembre de 2016

Somos los viejos, que lamemos en tiernas hojas arrancadas
algo de agua, algo de savia, polvo y alguna telaraña.

Caminamos indiferentes por esta tierra a la que ya aburrimos
con nuestras quejas, caminamos por esta tierra que pisamos
una y otra vez sin paciencia y sin amor, sólo somnolientos.
Por eso somos los viejos.

Somos enemigos de los ancianos, esos extravagantes
que se detienen a mirar un árbol, que vaya a saber qué
pensamientos comparten con una flor, que salen de madrugada
a mojarse de rocío y a los que la tierra recibe con alegría,
que podrá ser macabra, pero que tiene ternura también,
porque los ancianos siempre han amado la tierra, vamos, que nos damos cuenta.

Pero nosotros los viejos somos mayoría, y somos de todas las edades, sí señor.
Los ancianos tratan de eludirnos, pero más les valdría ni salir al sol.
Pero salen, los muy desacatados, salen, y todavía ríen con dientes o sin dientes.

Los ancianos si es que van serios, una sonrisita les baila en la boca, o en los ojos,
¿es que nos quieren volver locos con sus misterios? Como dijo un mariscal,
a los ancianos habría que matarlos de chiquitos. Pero ni con ésas, no nos engañemos.
Los ancianos son pocos pero son amados de la luna y el sol. Y puede ser que por ellos
todavía la Tierra de vueltas.








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