La fiesta está triste de globos y de colores. Las serpentinas cuelgan
siniestras o se arrastran insidiosas entre el papel picado pisoteado,
papel que ya no será escrito, ni siquiera prendido fuego; yace triturado
y pisado.
Las tardes están tristes de chicos con mochilas absurdas
y de chicos que los miran desde piedras tristes. La brisa mueve los
flequillos y ninguno mira más que al piso que tienen que pisar.
El cielo está triste de globos de colores, vuelan, se desinflan y atragantan
tortugas, peces, esperanzas. Quedan en mares, lagunas, tierras, ríos,
chozas, cañaverales. Deslucidos y maltrechos, ¿qué va a ser de esos
globitos miserables ahora?
Pareciera que la mañana todo lo barre,
todo lo limpia, pero no, sólo derrite el plástico inútil, la esperanza
inútil. Pero el viento viene en su auxilio y trae sonidos
incomprensibles, sonidos insistentes, sonidos que acarician y que en su
momento van a rugir, van a cantar, y van a bailar, pero solamente en
ronda, solamente para quienes tengan manos que se puedan acariciar.
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