jueves, 20 de abril de 2017

Se despertó en medio de la mañana acobardada entre el acolchado blando. Las terribles resoluciones de la noche se habían ablandado en su almohada, sus manos habían soltado las sábanas y sólo un charco de sangre seca unía su nariz con la ferocidad de su corto insomnio.
Ni el mate cocido, ni el baño caliente, ni la salamandra le sacaron el gusto metálico de la boca. El propósito firme se había incrustado en su cráneo dando muchas vueltas, con gran lucha, como un destornillador.
Las sombras de los árboles no disimulaban el mediodía, claro, frío, exacto. Y ella no veía ya ni oía nada, solamente respiraba al compás de sus pasos inminentes, sus manos no temblaban ya, estaba rígida y suspendida como en un patíbulo. Y caminaba ahora, caminaba por la calle polvorienta bajo un sol blando y sobre el viento frío que la mantenía atenta. Por fin llegó a lo de su hermana.
- ¿Está Javier?
- Todavía no volvió del colegio.
- ¿Y Sergio?
- En el taller.
- ¿Todavía?
- Todavía.
La hermana estaba acostumbrada a extrañezas, pesares y dolores, no dijo nada más y siguió preparando el guiso para el almuerzo. Era mujer de pocas palabras, así que cuando cayó al suelo con el cráneo abierto, pareciera que era uno más de sus actos tristes, irremediables, rutinarios.
La otra miró con tristeza el cuerpo caído en la cocina, una cocina tan chiquita que el cuerpo quedó doblado y parecía como si buscara algo debajo de la mesa. Se quedó mirando a su hermana muerta, que a fin de cuentas estaba tan quieta y miserable como siempre. Se asombró de lo rápido y silencioso que fue todo, sólo una silla se volcó e hizo algún estrépito, pero módico.
La moto de Sergio le retumbó en el cerebro, rápida, tenía que ser rápida, pero no estaba preparada, ahora tenía miedo y actuó como un animal, se escondió con el cuchillo más grande y cuando el tipo entró, sin esperar nada, como una tromba le ensartó tantos cuchillazos que cayó con él al piso y siguió clavándolo sin ver nada y sin parar. Sólo al rato, cuando se quedó sin aire se dejó caer a un costado y comprobó que el amasijo que había sido Sergio era ya sólo eso.
Cerró puertas y ventanas. Se duchó y se puso ropa limpia de su hermana.
Después esperó a su sobrino al sol, en el jardincito de entrada.
- ¡Hola, Javier!
- ¡Hola, tía!
- ¿Y, te dieron el boletín?
- Sí.
Y Javier la abrazó y empezó a llorar.
- No te preocupes, Javi. Ahora el boletín te lo voy a firmar yo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario